19 de agosto de 2011

Demasiado coincidencia.

La habitación permanece oscura, silenciosa. En el ventanal se oye el repiqueteo de un gorrión color negro que salta y pía sobre el alféizar. Estoy harta de contemplar la habitación desde este ángulo muerto, pero aún así, no hago el mínimo intento de saltar de este maldito sillón, el único recuerdo que me traje de París. Su color morado reluce tanto como el primer día. Aun recuerdo cuando me lo regaló, lo bien que permanecía en aquella habitación turquesa en la que tantos buenos momentos pasé. Lo veo con desprecio, con asco. Su color morado me marea, hace que me estremezca de dolor. Cierro los ojos, y lo diviso de un color blanco, blanco como las nubes, puro y limpio. Abro los ojos. Me acuesto sobre sus brazos, dejando la melena caer son sus respaldos. Me pregunto si Dave andará por ahí, aun navega por la playa donde nos dimos el segundo beso. Oh, ese beso. Sacudo la cabeza, con la intención de olvidar cada uno de mis pensamientos. Miro al techo, al ventanal. Sonrío. El pequeño gorrión comparte mi alféizar con otro muy similar a él. Pongo mi palma aun húmeda sobre el cristal, y me estremezco al sentir el frío contacto. Suena el sonoro toc toc en la puerta. pregunto:
-¿Sí?
-Eh... ¿Dave?.-Una voz ronca, pero aun parece joven.
-No, soy Remember.
-¿Quién?.-Parece confundido. Me incorporo y me recojo un poco el pelo con un moño. Me siento sobre el mullido sillón, y me abrocho el abrigo (Otro recuerdo que rescaté de mi antigua vida), luego, digo:
-Eh, pasa si quieres.-Escucho el chispeante sonido de unos zapatos negros, que, es lo primero que veo. Reconozco su chaqueta con un corte poco similar, parecido a los de marca francesa, o italiana. Sus pantalones de tela cara, brillantes. Y su peinado revuelto y negro, con unos ojos oscuros, tan oscuros que no se diferencia su pequeña pupila. A su lado parezco una pordiosera.
-Soy James, el hermano de Dave.-Sonríe, y me enseña sus dientes perfectamente alienados, brillantes. Al sonreír se descubre una pequeña cicatriz bajo su mandíbula, que hace que me hipnotice, y permanezca varios segundos divisando aquella marca tan atractiva. Carraspeo un poco, y me presento. Su pequeño sombrero invernal hace que recuerde a una temporada antigua, muy antigua. Parece sonrojado, y alegre por verme. -Traigo pomelos.-Me sorprendo y no puedo evitar levantarme de un salto.   -¡Y azúcar!.-Sonrío, y le dejo sitio a mi lado, ya que el sillón es perfectamente cómodo para dos. Entonces siento ese ardor en los ojos, vuelvo a frotarme los ojos violentamente, y me dispongo a disfrutar de aquel manjar.  No puedo evitar pensar en la dubitativa de cómo ha sabido exactamente mi postre, comida, cena o desayuno favorito. Sacudo la cabeza y pienso que habrá mucha gente como yo. Le sonrío, y asiento como para agradecerle y disculparme por solo haberle dejado de disfrutar de medio pomelo. Vuelvo a mirarlo, y a disfrutar de su elegancia, su frescura y talante. Su vestimenta y ese olor tan dulce y embriagador. Me mira de una manera tan íntima, tan reconocible que me hace pensar seriamente si ya lo había visto antes. Y entonces lo sé. Esos ojos, esa sonrisa, y esos labios lleno de azúcar y jugo de pomelo. Me atrevo a preguntarle.
-¿Nos conocemos?
-Créeme, no le ofrezco este manjar a nadie que no esté seguro a que lo vaya a disfrutar, o al menos tanto como disfrutaste tú.-Carraspea. Me esfuerzo en descifrar aquella mirada penetrante, aquellos labios rosados y finos como la hoja de afeitar. Y finalmente concluyo. 
Quizás sea un deja vu. 

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