18 de abril de 2011

Llegar al cielo con tan solo un te quiero.

-No sabes lo que duele verte suspirar y no poder hacer nada para arreglarlo. Porque yo no soy el que los causa. Ahora mismo eres tan inalcanzable... Desearía poder besarte y poder saber si sientes lo mismo que yo... Porque cuando te tengo así de cerca juraría poder volar. Juraría poder tocar las estrellas con los dedos. Dime que sientes eso cuando estoy frente a ti. Cuando estoy sobre to nariz y comienzo a besarte, Remember. Dímelo y prometo ser el hombre más feliz del mundo. Hazme llegar al cielo con tan solo un te quiero.

-Cuando te beso, juraría poder saborear cada una de las nubes. Cuando te toco, podría volar. Cuando te veo, juraría volver a vivir. Aseguraría poder llegar al cielo con tan solo un te quiero.

-Te quiero.

-Yo también te quiero.

Su presencia me calmaba y me hacía enloquecer a la vez. Si me besaba, si me tocaba, si me susurraba. Todo era delicioso. Pero por mi cabeza volvían esas dudas. ¿Sentiría esto multiplicado por tropecientos si me besaba, me tocaba o me susurraba Rosse?. Algo estaba claro. Estaba a más de tres dedos de él, además de que mi vida ya no era la de antes... Ya no eran tres simple dedos, si no muchísimo kilómetros. había madurado, a que estar junto a Jhon era lo mejor. Siempre pensé en lo que sería madurar. y por fin lo comprendo. Madurar significa sacrificar y perder. Junto a Jhon perdería, pero a la vez ganaba. Estaba decidido. Amaba a Jhon. Y lo que sentía por Rosse, poco a poco, s eiba perdiendo. Porque junto a Jhon, con un te quiero surcaba el cielo... Pero con un te quiero de Rosse, yo poseía todo. Todo era nuestro. Y no más, también llegue a amarlo, y también llegue a olvidarlo y claro, también a perderlo.

Querida libreta, ¿Hago bien al olvidar a Rosse?.

9 de abril de 2011

Yo no soy yo, él no es él.

Puede que ahora este sonriendo. Puede que ahora todo me vaya genial, y piense que la vida es maravillosa. Pero ese pensamiento aun me atormente cada segundo, cada minuto. 
¿Y si me he equivocado?.
-Jhon, ¿Que nos ha ocurrido?.
-Eh yo...
-¡No! ¡Shh!. Déjame hablar primero a mi, por favor. 
-Está bien, comienza Rem.
-Son tus ojos. Ya no chisporrotean, no gritan ni ruegan nada. Ya no besas con esa dulzura, ya no me abrazas con esa presión o fuerza en tus brazos. Ya no eres tú, y quizás yo no sea yo.-Acariciaba su pecho, besaba y atormentaba cada segundo que transcurría en sus brazos. Era como una mala medicina. Te curaba ese mal, pero te provocaba una segunda enfermedad, aun peor.
-¿Estás diciendo que yo no soy yo?
-Ni yo soy yo, ahora. Y quizás mañana tampoco sea yo. Por eso quiero que vuelvas, para que yo vuelva.
-Entonces... Ahora mismo ¿Quiénes somos?.
-Dos desconocidos que se aman con locura.
-Y, ¿Qué hay de malo en eso, Remember?
-Pues que yo no soy yo, y tú no eres tú. -Lo miraba con tristeza, cada vez más cuando me percataba de que, por más que buscara en sus ojos, ya no volvería a ver esas chispitas que salían cuando solo yo lo miraba. Habían desaparecido.
-Hagamos que vuelvan, como solo tu y yo sabemos.
-¿Cómo Jhon?
-Amándonos, amándonos mucho. Así, cuando se percaten de lo mucho que el uno se extraña al otro, volverán.
-Me gusta tu plan.-Sonrío. Pero, a la vez sé que todo este cuento, tan solo es un decorado para no decir que, quizás, y solo quizás, esa chispa de amor... Se haya esfumado, como ese frío de invierno, que había sido derrotado por la cálida brisa primaveral. Quizás y solo quizás, extrañaba a Rosse.

Si giraba la cabeza, podía ver las pequeñas florecillas dando sus buenos días en aquel campo. Si asomaba un poco más la cabecilla, la levantaba hacia el Sol, lo veía a él. Mi corazón palpitaba con fuerza, veía sus ojos brillar y bailotear en mis pupilas. "Tan solo es el sol" Me repetía una y otra vez, "no ha vuelto" me burlaba de mí misma. Y lo peor de todo, es que no sabía si debía estar allí contemplando el trigo ocre, o estar a tres dedos de allí, admirando la dulce primavera de París, y quizás, solo quizás, bajo el brazo de Rosse.

1 de abril de 2011

El globo terráqueo.
















-No estamos tan lejos. Si te das cuenta tan solo son tres dedos. Si posas tus tres dedos sobre el mapa, te das cuenta de que no estamos tan lejos. No, no. Por favor, llámame.-Fin de la llamada. El silbido estruendoso del móvil cedió. Presioné el aparato sobre mi cabeza, justamente en mi frente. Cerré mis ojos, y recordé cada beso.  Cada momento, segundo o tontería junto a él. Caminaba descalza con cuidado de no pisotear ningún de los papeles, cubiertos de plástico usados, y otras basuras desperdigadas por la habitación. Estaba enfrente de aquel globo terráqueo donde hace meses calculaba los días para volver. Hoy, espero su regreso. Sujetaba el teléfono en mi hombro con ayuda de mi cabeza, y dibujaba nuestros nombres en él, justamente donde residíamos. Sonreí. Luego, me encaminé hacia la habitación de Rosse. Sonriente y con mis maletas de lunares naranjas en las manos, aparté la puertecilla quisquillosa de una patada. 
-Hace mucho tiempo, me enseñaron que debes perseguir tus sueños para conseguirlos. Allá donde esté. Donde te pille, debes ir.
-¿Te irás?
-Debo perseguirlo, para conseguirlo.-Sonreí con unas pinceladas azules en mis mejillas. 
-¿Volverás?.
-Si, cuando la pequeña Esthela nazca. 
-Suerte, Remember.
-A tí también, Rosse.

En la maleta, viajaba el globo donde los nombres dibujados con permanente negro, poco a poco se iban acercando, hasta volver a juntarse. El tren estaba totalmente en silencio, tranquilo. Agarraba el pequeño botón negrizco, y besaba la alianza con nerviosismo. Poco a poco volvía a sentir sus labios, cada centímetro más cerca de él. Porque ese "Siempre" se estaba convirtiendo en "Posiblemente". 
Corrí hacia la vieja casucha donde residía él, más allá del centro de la ciudad. La lluvia rugía, y azotaba con sus brazos invisibles mi pecho. Llamé insistentemente varias veces, hasta que al otro lado de la lóbrega puerta, encontré esos ojos que tanto había añorado, esos ojos chispeantes. Y entonces comprendí que esos tantos kilómetros que nos separaban incondicionalmente, se había convertido en tres dedos. Es más, en tres centímetros. Por que si levantaba mis dedos del mapa, esa distancia desaparecería, y, sí. Había desaparecido. Esa distancia que tanto nos atormentaba, esos kilómetros... Se había convertido en centímetros. Y, al fin y al cabo, tan solo eran tres dedos los que nos separaban.