1 de abril de 2011

El globo terráqueo.
















-No estamos tan lejos. Si te das cuenta tan solo son tres dedos. Si posas tus tres dedos sobre el mapa, te das cuenta de que no estamos tan lejos. No, no. Por favor, llámame.-Fin de la llamada. El silbido estruendoso del móvil cedió. Presioné el aparato sobre mi cabeza, justamente en mi frente. Cerré mis ojos, y recordé cada beso.  Cada momento, segundo o tontería junto a él. Caminaba descalza con cuidado de no pisotear ningún de los papeles, cubiertos de plástico usados, y otras basuras desperdigadas por la habitación. Estaba enfrente de aquel globo terráqueo donde hace meses calculaba los días para volver. Hoy, espero su regreso. Sujetaba el teléfono en mi hombro con ayuda de mi cabeza, y dibujaba nuestros nombres en él, justamente donde residíamos. Sonreí. Luego, me encaminé hacia la habitación de Rosse. Sonriente y con mis maletas de lunares naranjas en las manos, aparté la puertecilla quisquillosa de una patada. 
-Hace mucho tiempo, me enseñaron que debes perseguir tus sueños para conseguirlos. Allá donde esté. Donde te pille, debes ir.
-¿Te irás?
-Debo perseguirlo, para conseguirlo.-Sonreí con unas pinceladas azules en mis mejillas. 
-¿Volverás?.
-Si, cuando la pequeña Esthela nazca. 
-Suerte, Remember.
-A tí también, Rosse.

En la maleta, viajaba el globo donde los nombres dibujados con permanente negro, poco a poco se iban acercando, hasta volver a juntarse. El tren estaba totalmente en silencio, tranquilo. Agarraba el pequeño botón negrizco, y besaba la alianza con nerviosismo. Poco a poco volvía a sentir sus labios, cada centímetro más cerca de él. Porque ese "Siempre" se estaba convirtiendo en "Posiblemente". 
Corrí hacia la vieja casucha donde residía él, más allá del centro de la ciudad. La lluvia rugía, y azotaba con sus brazos invisibles mi pecho. Llamé insistentemente varias veces, hasta que al otro lado de la lóbrega puerta, encontré esos ojos que tanto había añorado, esos ojos chispeantes. Y entonces comprendí que esos tantos kilómetros que nos separaban incondicionalmente, se había convertido en tres dedos. Es más, en tres centímetros. Por que si levantaba mis dedos del mapa, esa distancia desaparecería, y, sí. Había desaparecido. Esa distancia que tanto nos atormentaba, esos kilómetros... Se había convertido en centímetros. Y, al fin y al cabo, tan solo eran tres dedos los que nos separaban.

1 comentario:

  1. me gusta mucho tu blog :D te sigo! http://hasllenadomividadeilusiones.blogspot.com/

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